La prostitución es un trabajo, (como todos los demás.)
Todo trabajo remunerado implica realizar una tarea a cambio de un pago monetario. Durante el tiempo que debe dedicar a la tarea asignada, el trabajador vende un talento propio, una parte de su ser. La prostitución sigue exactamente este mismo esquema: la trabajadora ofrece un servicio y pide una cantidad de dinero por él. El servicio se ofrece a través de una faceta específica de su personalidad, su habilidad sexual, durante un período de tiempo limitado.
Aunque hay una gran similitud, la profesión considerada como la más antigua del mundo es despreciable y criticada sin cesar. El uso frecuente de expresiones hirientes y difamatorias que hacen referencia explícita y peyorativa a la situación laboral, como "hijo/a de puta", "eres una puta", "me cago en tu puta madre", etc., es una buena muestra de ello. Esta forma de hablar con alguien sorprende mucho, ya que no hay nada que sea censurable en ser una puta; en esencia, ser una profesora, escritor, médico o delineante proyectista no es diferente. Como solemos ver, oír y expresar, esta igualdad laboral no es reconocida sin embaro. Sin embargo, el reconocimiento implícito de la desigualdad es fuerte y contundente, y se puede resumir de esta manera.
En primer lugar, se argumenta que existe una distinción clara entre la prostitución y los demás trabajos, ya que en ocasiones las prostitutas no pueden ejercer libremente su trabajo y viven completamente sometidas por explotadores sin escrúpulos. El ejemplo paradigmático de este argumento es lo que todos llamamos "trata de blancas".
En segundo lugar, se afirma que ninguna mujer desea ser prostituta en realidad. La mayoría de las prostitutas trabajan por necesidad extrema porque no tienen otra opción y necesitan dinero, no por "gusto" o porque les gustaría hacerlo.
En mi opinión, la primera tesis demuestra un prejuicio muy común: que la explotación laboral es exclusiva de ciertas profesiones en lugar de otras. Eso no es cierto, ya que existe explotación en todas las profesiones, con diferentes niveles de intensidad y claridad. Sin embargo, desde que vendemos nuestra fuerza laboral a alguien que nos dicta lo que debemos hacer, ya sea un jefe o un malvado, estamos siendo enajenados. Si valoramos la prostitución porque a veces se produce un abuso severo y condenable hacia las trabajadoras que la practican, también debemos valorar las demás profesiones, sean estas cuales sean.
La segunda objeción parte de la idea de que una persona es generalmente una puta porque no puede hacer otra cosa y su situación económica inestable la ha obligado a trabajar como tal. Sería fascinante investigar en qué medida uno trabaja por amor al arte en lugar de para ganar dinero y, al final, sobrevivir. Todos los humanos trabajamos (o intentamos hacerlo) por necesidad. porque necesita comer. Hay momentos en los que nos gusta trabajar por dinero y otros en los que no (eso depende de cada persona), pero no se puede afirmar con certeza que trabajar en ciertas profesiones es, en esencia, más beneficioso -con un salario aparte- que hacer otras. O todos los trabajo es justificable o todo trabajo es despreciable. No hay justificación racional para establecer una jerarquía laboral.
En la fuente de estos prejuicios, discriminaciones y categorizaciones, se puede encontrar una base moral social y cultural que fomenta la eliminación de la prostitución del lugar de trabajo legítimo y de las calles. El núcleo se expresa en dos reacciones diferentes pero complementarias ante la realidad de las putas: la culpabilización y la victimización.
Con el término "culpabilización", expresamos que vender la capacidad sexual sin restricciones no es apropiado ni ético. Quien lo haga no cumple con lo que "debe ser" una mujer civilizada y, por lo tanto, no está dedicando su vida an una profesión real. A los ojos de los miembros de la sociedad en la que vive y trabaja, esa mujer queda estigmatizada.
La victimización representa a la prostituta como un "ser humano desvalido" al que se debe salvar; ella debe ganarse la vida de esa manera porque no tiene otra opción, pero en realidad no quiere. Debemos liberarla del infierno, ya que conocemos perfectamente qué es lo mejor para ella.
La mujer sometida a la presión de un patriarcado y un machismo, pierde el control total de su cuerpo y la libertad de hacer con él lo que le parezca adecuado. En consecuencia, la masa social y la ley son las que finalmente deciden qué uso debe hacer toda mujer de su vida corporal y sexual, perdiendo así toda autonomía en ese ámbito. Y es esta enajenación, esta represión, la que experimentamos diariamente cuando desconsideramos a las prostitutas haciendo comentarios despectivos sobre su condición laboral o usando su nombre peyorativamente para descalificar an otra persona.
La prostitución es tan respetable y válida como cualquier otro trabajo. La próxima vez que se nos ocurra la palabra "puta", debemos recordarlo siempre.